Por Jara Monter,
Mapa: Álvaro Merino
14 enero, 2025
La caída del régimen de Bashar al Asad en Siria ha dado el pistoletazo de salida a una nueva carrera diplomática y geopolítica en Oriente Próximo. Antiguo miembro del Eje de la Resistencia comandado por Irán, el desmoronamiento del oficialismo sirio ha abierto una oportunidad para Turquía, Arabia Saudí o incluso Catar para capitalizar el vacío de poder y expandir su influencia por la región. Mientras, las guerras de Gaza y Líbano han debilitado aún más a los aliados del régimen iraní y han consolidado la proyección regional de Israel, que está masacrando población civil y bombardeando objetivos en todo Oriente Próximo sin encontrar una gran oposición por parte de sus vecinos.
De esta forma, la geopolítica de Oriente Próximo ha entrado en una nueva fase en la que el gran damnificado es Irán. La influencia de Teherán en la región se levantaba sobre su red de apoyo a grupos armados y milicias en Palestina, Irak, Líbano, Siria y Yemen. Posicionado como el estandarte antiisraelí y contrario a la presencia e intereses de Estados Unidos y Occidente, el Eje de la Resistencia ha sido el bastión de Irán en su intento de moldear Oriente Próximo a su imagen.
Sin embargo, Israel ha ido fracturando las piezas de esa alianza a medida que ha ido expandiendo sus frentes por el mapa. Con Hamás desgastado por la guerra de Gaza y sin sus dos principales líderes, un Hezbolá descabezado y de igual forma debilitado por la ofensiva de Israel en Líbano y una nueva Siria sin Asad capitaneada por los rebeldes, el Eje de la Resistencia ha perdido gran parte de su poder. Así, y aunque con capacidad de conservar todavía su influencia en Irak y Yemen, Irán se ha visto obligado a replegarse y adoptar un camino que parece conducir a la militarización nacional y la revisión de su doctrina nuclear.
La caída de la influencia de Irán ha ido de la mano con la consolidación de Israel como policía de Oriente Próximo y potencia militar. Desde que Hamás atentara en su territorio en octubre de 2023, Tel Aviv ha arrasado Gaza, invadido el sur de Líbano, bombardeado Yemen y penetrado en Siria desde los Altos del Golán. Todo ello bajo la mirada permisiva de su gran aliado Estados Unidos y la postura casi indiferente de los países árabes. La incursión en Líbano, los ataques en suelo iraní, la toma del monte Hermón en Siria y, sobre todo, la falta de reacción por parte de sus vecinos han puesto de manifiesto que la mano del Estado hebreo puede alcanzar cualquier rincón de Oriente Próximo.
En paralelo al conflicto entre Israel y el Eje de la Resistencia, Turquía ha ido afianzando su influencia más allá de su frontera sur, navegando una suerte de dualidad diplomática que por el momento le permite mantener un diálogo constructivo tanto con Rusia como con Estados Unidos y la Unión Europea.
De esta forma, la pertenencia de Turquía a la OTAN no ha sido impedimento para tenderle la mano a Moscú e incluso mediar en la guerra de Ucrania, convirtiéndose en un aliado necesario para un Putin que quiere salvaguardar sus bases militares en Siria, pero también para una Europa que ve en Ankara el puente de vuelta de los refugiados sirios.
Recep Tayyip Erdoğan, el presidente turco, quiere reconstruir la influencia de su país en lo que fue el Imperio otomano y convertir a Turquía en la potencia regional que haga contrapeso a Israel.
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